Lula cautivó en Mar del Plata. No tanto por lo que dijo desde el atril de IDEA, un monólogo bien aprendido de sus logros como gobernante, sino por el tenor de las tres claves para un buen gobierno que pareció dirigirle en público a su "amiga" Cristina Fernández para que la Argentina se suba al tren del desarrollo: diálogo, estabilidad y respeto por las instituciones.
Entre empresarios, políticos, personal de seguridad, mozas, cocineros y periodistas, lo escucharon el miércoles pasado unas mil personas en el subsuelo del Hotel Sheraton. Por contraste con lo que se vive hoy en el país en esas cuestiones tan sensibles, muchos se quedaron con la boca abierta. Más allá del clima que logró el brasileño con su voz algo gastada por la enfermedad y la quimioterapia, lo más impactante de su discurso fue que, aun con su formación de izquierda, forjada en las duras luchas sindicales, Lula da Silva sonó como un peronista clásico.
En su carismático discurso habló de movilidad social ascendente, de la importancia del mercado interno y del consumo, del crédito direccionado, de la importancia de la ciencia y la tecnología y de la educación como motor, a la vez que criticó la especulación financiera y los paraísos fiscales y, sobre todo, defendió el rol de la política por sobre la economía y el rol nivelador del Estado, casi caminos calcados a los que ha elegido el kirchnerismo. Pero a todo esto le agregó esos otros temas, con los que la Argentina de hoy no tiene ninguna sintonía: "Crecer significa compromiso, responsabilidad y el ejercicio de mucha democracia. En mi país todos fueron convocados. Partí del principio que el Presidente no lo sabe todo y, a la vez, quiere que lo escuche toda la sociedad", dijo. Ovación I. O esta otra frase, en una de las cuatro veces que habló sobre la inflación: "Para el desarrollo sostenido sumamos la estabilidad de precios, buen nivel de ahorro público y privado, oferta de crédito, buen funcionamiento de las instituciones democráticas, trabajadores altamente calificados, etcétera". Ovación II.
Quizás esa misma mañana y probablemente a modo de consejo, Lula pudo haber comentado estos temas con la presidenta de la Nación porque Brasil necesita alinear a la Argentina para que sea un país similar a sus estándares, con superávits, estabilidad de precios, acumulación de reservas por ingreso de inversiones extranjeras directas y sin fuga de capitales.
Pero, al haberlo hecho en público, los aplausos en IDEA no deben haber sonado muy bien en Olivos, pese a que nadie podría pensar allí que se trata de una jugarreta, sobre todo viniendo de alguien que debería quedar alejado de toda sospecha. Sin embargo, como el kirchnerismo es experto en ponerse en víctima no faltara quien deje correr que Brasil está algo molesto por el acercamiento argentino a Venezuela o que, tal como se dice en el círculo presidencial por otros temas, en este caso también es la agenda mediática la que pretende hacerle repetir a la gente un discurso diferente al real, usando a Lula como excusa. Esta letanía que se suele repetir desde el poder para desacreditar a los medios, flaco favor le hace al 54% que tanto se pondera como legitimador del actual modelo, si el Gobierno por sí no puede convencer y depende que los hechos o las opiniones no aparezcan publicadas.
Más allá de los elementos que marcó como prioritarios Lula y que la Argentina desecha, en el ambiente flotaba -y los asistentes lo corroboraron después, a la hora de los comentarios- que además de humildad, el ex presidente brasileño posee "autoridad moral" para decir esas cosas.
Este atributo, que se consigue y se ratifica de modo permanente dando testimonio y que excede al de los galones del conductor o a quien obtuvo 60,8% de los votos en el acceso a su segundo mandato en 2006, es el que se premió con uno de los aplausos más importantes que se recuerden en los coloquios.
El brasileño también señaló sobre la presidenta argentina que comparte con ella "muchos ideales" y en ese sentido se comentaba con sorna que "muchos" no son "todos" y que de hacerle caso a Lula en los dos puntos que marcó como indispensables para acompañar el proceso de Brasil, la historia en la Argentina podría cambiar. Aunque, dialogar y evitar los conflictos que desgastan o asumir el proceso inflacionario y combatirlo para que no haya dolores de cabeza (atraso cambiario, fuga de capitales, etcétera) parece no estar en los genes del kirchnerismo.
La presencia del ex presidente marcó los dos días posteriores de debates, ya que todas las mesas técnicas o políticas orientaron sus ponencias a tratar de explicar por qué la Argentina no termina de despegar, pese a tener alimentos y recursos mineros en abundancia, junto a la posibilidad de exportar servicios asociados a la tecnología, que podrían llenarla de dólares, al tiempo que se sospecha que hay recursos energéticos no convencionales de un valor incalculable debajo de la tierra, que se demoran en verificar porque YPF no puede conseguir financiamiento.
Justamente, un muy respetado técnico de la petroleraestatal, el director de Planificación Estratégica y Desarrollo de Negocios, Fernando Giliberti, patinó ante el auditorio cuando se dedicó a repetir el Plan Galuccio, que casi todos los empresarios conocían. "Sin ponerse colorado, volvió a hablar de los U$S 37.000 millones que se necesitan hasta 2017, pero no dijo de dónde lo van a sacar", señaló a un viejo zorro de la industria.
Si Lula fue todo corazón para exponer sus consejos para empezar a destrabar otro de los cuellos de botella de la economía -la falta de inversión- el capítulo de honestidad brutal le correspondió al ex secretario de Cultura de la Nación, José Nun quien advirtió que el populismo "destruye las instituciones", al tiempo que recomendó "concertar" y se despachó con una frase de crítica extrema hacia la conducción institucional de la República: "¡Es la política, estúpido!", remedó a Bill Clinton a la hora de tratar de explicar los porqué ideológicos de las trabas económicas que sufre el Gobierno y que han derivado en el cepo cambiario y en mayor malhumor social. Casi como en un contrapunto con el filósofo preferido de la Casa Rosada, Ernesto Laclau, quien había hablado en Tecnópolis y es difusor del populismo y de la lógica amigo-enemigo como método de combate permanente, el ex funcionario de Néstor Kirchner destacó que se exacerba el "individualismo extremo", fundamento del capitalismo, porque éste "genera que amplios sectores de la población, pauperizados, sean la carne de cañón del populismo", gente que "no tiene voz, ya que habla a través del líder populista y éste les devuelve el discurso a través de los medios". En medio del revuelo que armaron en el Coloquio estas apreciaciones de Nun, y aunque no lo dijo de modo explícito, los participantes concluyeron que la necesidad de controlar la mayor parte de los medios es entonces una herramienta para que el populismo se propague, cuestión que los regímenes totalitarios del siglo XX tenían muy en claro. De allí, a inferir el significado del "7D" hubo un sólo paso.
La conclusión más seria de los empresarios fue que el avance del Estado sobre los derechos individuales, la libertad de expresión y la seguridad jurídica son palos en la rueda que se pone a sí mismo el kirchnerismo. "Qué pena que Lula no habló de estas cuestiones, porque son tanto o más fundamentales que las otras para impulsar el desarrollo", se lamentó un asistente.
Pero también, muchos asistentes destacaron una frase que dijo el ex presidente sobre sí mismo: "Es un motivo de orgullo para mí, que no tengo título, haber sido uno de los presidentes que más construyó en Brasil. Sobre todo cuando la élite brasileña consideraba que los pobres no debían ser otra cosa que albañiles o personal doméstico".
Y desde lo humano, casi todos quedaron impresionados por el relato que Lula hizo de su niñez: "Yo tengo ocho hermanos. Cuando nos fuimos a San Pablo, éramos 13 personas en una habitación, con una pequeña cocina y un baño que compartíamos con el vecindario. Teníamos colchones en el piso, que se armaban y desarmaban al estilo militar y nunca escuché a mi madre quejarse por nada", detalló. Ovación III.